La Sorprendente Verdad de Cómo los Actores Entienden Cada Aplauso

webmaster

A professional male actor, fully clothed in modest, elegant period-appropriate stage attire, stands centered on a grand theatre stage. He is captured mid-gesture with a deeply expressive, thoughtful look, eyes fixed beyond the proscenium, conveying an intuitive connection with an unseen audience. The stage is artfully lit with a single, warm spotlight, casting soft shadows. In the blurred background, the ornate architecture of a historic European theatre and dimly visible rows of seats imply a full, engaged house. Cinematic lighting, professional photography, high detail, perfect anatomy, correct proportions, natural pose, well-formed hands, proper finger count, natural body proportions, safe for work, appropriate content, fully clothed, professional.

Como actor, he pasado innumerables noches bajo los focos, sintiendo la energía palpable de un público. No es solo subirse al escenario y recitar líneas; es una conversación muda, un intercambio constante de emociones.

Siempre me ha fascinado cómo cada risa, cada suspiro, cada silencio puede guiar o desviar una actuación. Esa conexión mágica, esa danza invisible que se establece entre el intérprete y el espectador, es la esencia misma de nuestra profesión.

Recuerdo mi primera vez en un teatro icónico de Madrid, esa mezcla de nerviosismo y euforia. La capacidad de leer al público, de sentir cuándo se involucran o se distraen, es algo que no se enseña en ninguna escuela, se aprende con cada función.

Pero, ¿qué ocurre cuando esta interacción va más allá del telón? Hoy en día, con las redes sociales y las plataformas de *streaming*, la reacción del público se amplifica; cada gesto, cada palabra, puede ser analizado en tiempo real.

Incluso se vislumbra un futuro donde la inteligencia artificial podría predecir patrones de respuesta, ofreciéndonos una capa de datos impensable hace una década.

Personalmente, me pregunto si estas herramientas nos acercarán más a la audiencia o si, por el contrario, nos alejarán de esa intuición humana que siempre ha sido nuestra guía más valiosa.

A continuación, lo exploraremos en detalle.

El Pulso Invisible del Escenario: Cómo Nace la Magia

sorprendente - 이미지 1

El teatro, para mí, siempre ha sido un organismo vivo, que respira y late al compás de quienes lo habitan, tanto arriba como abajo del escenario. Recuerdo una función particular en el Teatro Español de Madrid, una noche de invierno donde sentía que la sala estaba fría, distante al principio.

Mis compañeros y yo nos mirábamos, buscando esa chispa inicial. Pero a medida que la trama se desenvolvía, noté cómo los susurros cesaban, las miradas se clavaban en el proscenio, y el aire mismo se volvía más denso, cargado de una atención casi palpable.

Esa transición, de una sala inerte a un crisol de emociones compartidas, es el verdadero milagro de cada función. No hay algoritmo que pueda replicar la tensión que se crea en ese espacio compartido, la respiración contenida de un público que anticipa un desenlace, o el estallido de una carcajada sincera que resuena por toda la platea.

Es una danza que se improvisa cada noche, basada en la lectura intuitiva de la sala, en la energía que te devuelven y que tú, como actor, absorbes y transformas.

Mi experiencia me dice que la conexión más profunda no se fuerza, se permite. Es un acto de entrega mutua, donde uno se desnuda emocionalmente y el otro se abre a recibir.

Es esta sinergia, este ida y vuelta de energía, lo que convierte una mera representación en una experiencia inolvidable.

1. La Intuitiva Lectura de la Sala

Cuando me paro en el escenario, una parte de mí está entregada al personaje y la otra, la más vulnerable y esencial, está constantemente escaneando el ambiente.

No se trata solo de ver caras, es sentir el colectivo. ¿Están aburridos? ¿Enganchados?

¿Se perdieron un matiz importante? Mi cuerpo reacciona antes que mi mente consciente. He aprendido a percibir el leve cambio en el murmullo antes de una pausa larga, la forma en que los cuerpos se inclinan hacia adelante cuando la tensión aumenta, o el alivio colectivo que surge con un giro inesperado.

En una ocasión, durante una obra muy dramática, sentí que la audiencia estaba al borde del colapso emocional. Decidí extender una pausa crucial, un silencio que duró quizás diez segundos, pero que en el teatro se sintió como una eternidad.

Ese pequeño ajuste, guiado puramente por la intuición, permitió que la emoción calara más hondo, y el efecto en las siguientes escenas fue devastadoramente poderoso.

Esos son los momentos en los que un actor realmente “juega” con la audiencia, no para manipularlos, sino para acompañarlos en el viaje emocional que la obra propone.

Es una conversación silenciosa, pero increíblemente elocuente.

2. Tejiendo la Conexión a Través de la Mirada y el Gesto

Más allá de las palabras, gran parte de la magia teatral reside en el lenguaje no verbal. En innumerables funciones, he comprobado cómo una mirada sostenida, un ligero temblor en las manos, o incluso la forma en que un actor respira, puede transmitir más que un monólogo completo.

No se trata solo de lo que decimos, sino de cómo lo sentimos y cómo permitimos que esa emoción se filtre a través de nuestro cuerpo. En una producción de Lorca en la que participé, había una escena clave donde mi personaje no tenía diálogos, solo acciones y reacciones.

El desafío era enorme. Decidí centrarme en los ojos, en proyectar una vulnerabilidad tan cruda que la audiencia pudiera sentirla casi físicamente. Cuando terminó la función, varias personas se acercaron para decirme que esa secuencia sin palabras había sido la más impactante para ellos.

Eso me reafirmó que la conexión más profunda, la que rompe la cuarta pared, se construye muchas veces en los espacios intermedios, en lo que no se dice, sino en lo que se hace sentir.

Es un arte sutil, pero inmensamente gratificante.

Desentrañando el Lenguaje No Verbal: Mi Brújula Interpretativa

Como actor, mi principal herramienta no es solo la voz o el cuerpo, sino la capacidad de observar, absorber y reaccionar al universo que me rodea, y eso incluye, de manera crucial, al público.

Cuando estoy en escena, cada función es un laboratorio en vivo. No hay dos públicos iguales, y por ende, no hay dos funciones idénticas, aunque el texto sea el mismo.

He desarrollado una especie de sexto sentido para detectar las microexpresiones, los cambios de postura, los gestos inconscientes que revelan cómo está “respirando” la sala.

Es como leer un mapa emocional en tiempo real. Si noto una leve inquietud, quizás un par de toses o un murmullo que empieza a crecer, sé que es momento de ajustar mi energía, de intensificar una mirada, de hacer una pausa más prolongada o de acelerar el ritmo.

Es un baile constante de causa y efecto. Mi experiencia me ha enseñado que el público es un espejo que, si lo sabes interpretar, te devuelve una imagen muy clara de la efectividad de tu trabajo.

No es solo una cuestión de si les gusta o no; es sobre si están *conectados*. Si siento esa conexión profunda, mi propio rendimiento se eleva.

1. El Silencio como Indicador de Inmersión

A menudo, el silencio es el aplauso más elocuente. Recuerdo una vez en el Teatro Bellas Artes, interpretando un papel especialmente conmovedor. Había un momento de gran tensión emocional y, al finalizar una frase clave, hice una pausa.

El silencio que se produjo en la sala fue tan profundo que se podía oír el propio latido de mi corazón. Era un silencio cargado, denso, lleno de una atención casi reverente.

En ese instante, supe que habíamos logrado traspasar la barrera de la representación y habíamos transportado a la audiencia directamente al corazón de la historia.

Esos silencios no son vacíos; están llenos de la concentración del público, de su empatía, de su profunda inmersión en lo que sucede en el escenario. Para mí, como actor, es uno de los indicadores más poderosos de que estoy haciendo bien mi trabajo, porque significa que he logrado que la gente olvide que está en un teatro y se sumerja completamente en la realidad que les estoy ofreciendo.

Es una sensación de plenitud y comunión.

2. Las Risas y Lágrimas: Autenticidad en la Reacción

No hay nada más gratificante que escuchar una risa genuina que estalla en la sala, o ver a alguien en la primera fila secarse una lágrima. Estas reacciones viscerales son la validación más pura de que el mensaje está llegando, de que la emoción se está transmitiendo.

En mis años de carrera, he notado que las risas forzadas o los aplausos protocolares tienen un eco diferente a las reacciones auténticas. Las risas verdaderas resuenan, se contagian; las lágrimas sinceras brotan sin control.

En una comedia que hice, había un chiste recurrente que siempre me preocupaba si funcionaría. Una noche, un señor en la tercera fila no solo rio, sino que se golpeó las rodillas y se dobló de la risa.

Esa risa, tan liberadora y sin filtros, me dio la energía para el resto de la función. De igual manera, he sido testigo de personas que, al final de un drama, se quedan en sus asientos, visiblemente afectadas, con los ojos vidriosos.

Esas son las reacciones que te confirman que has tocado una fibra sensible, que tu arte ha resonado a un nivel profundamente humano.

La Adaptación Constante: Navegando entre Aplausos y Silencios

Ser actor es ser un camaleón emocional, capaz de adaptarse no solo a la piel del personaje, sino también al pulso vibrante de cada audiencia. Cada noche es un nuevo estreno en cierto modo, una hoja en blanco donde, aunque el texto sea el mismo, la interacción cambia por completo.

Mi experiencia me ha enseñado que el público es una entidad compleja, influenciada por mil factores: el día de la semana, el clima, las noticias del día, o simplemente el estado de ánimo colectivo de esa noche en particular.

Recuerdo una función de un clásico de Lope de Vega en un pequeño teatro de barrio en Madrid. El público era inusualmente ruidoso y disperso al principio.

Sentí la tentación de frustrarme, pero en lugar de eso, decidí intensificar mi presencia escénica, usar un poco más de energía en mis gestos, proyectar la voz con más autoridad.

Gradualmente, el murmullo se calmó, y la sala empezó a engancharse. No se trató de cambiar el texto, sino de ajustar la entrega, la intensidad, para guiar a la audiencia hacia donde yo quería llevarla.

Es un delicado equilibrio entre mantener la integridad de la obra y ser lo suficientemente flexible para conectar con el momento presente. La capacidad de leer y responder a estas señales sutiles es lo que diferencia una buena actuación de una experiencia memorable.

1. El Ritmo del Actor vs. el Ritmo de la Audiencia

Una de las lecciones más valiosas que he aprendido es que el ritmo de la obra no siempre es el ritmo del público. Hay noches en las que la energía de la sala demanda una velocidad diferente, quizás un poco más de pausa para que un momento cómico asiente, o una mayor fluidez en una escena dramática para mantener la tensión.

Hace unos años, durante una gira por Andalucía, noté que en una ciudad en particular, las pausas en los diálogos que normalmente generaban risas no funcionaban.

El público parecía impaciente. Decidí acortar ligeramente esas pausas, dando más dinamismo al intercambio, y la energía de la sala cambió drásticamente.

Las risas que antes no llegaban, ahora estallaban. Es un ajuste casi imperceptible para el ojo no entrenado, pero fundamental para mantener el público enganchado.

Esto no significa traicionar la dirección o la visión del dramaturgo, sino afinar la interpretación para que resuene de la manera más efectiva con la audiencia que tienes frente a ti en ese preciso instante.

Es como un director de orquesta que ajusta el *tempo* según la sala.

2. De la Respuesta Teatral a la Digital: Una Nueva Dimensión

La era digital ha añadido una capa completamente nueva a esta ecuación. Ya no es solo la reacción en la sala; ahora están los comentarios en Twitter durante el intermedio, las reseñas en blogs, los “me gusta” en Instagram, las puntuaciones en plataformas de *streaming*.

Es una avalancha de feedback que antes no existía. Si bien valoro la opinión del público, y me encanta leer los comentarios positivos, he aprendido a filtrar el ruido.

La inmediatez de internet a veces puede ser engañosa, y una reacción aislada puede parecer una tendencia. Aquí un ejemplo de cómo las métricas pueden diferir entre el escenario y lo digital:

Aspecto Teatro en Vivo Plataformas Digitales (Streaming/Redes)
Tipo de Reacción Principal Aplausos, risas, silencios, suspiros, contacto visual Likes, shares, comentarios, reproducciones, calificaciones
Inmediatez de Feedback Inmediato, perceptible en tiempo real por el actor Inmediato (redes sociales), pero con métricas post-consumo
Naturaleza del Feedback Visceral, colectivo, no filtrado, íntimo Explícito, analítico, medible, a veces anónimo
Manejo por el Actor Adaptación en tiempo real de la interpretación Análisis post-publicación para futuras producciones/interacciones
Valor del “Engagement” Participación emocional, atención sostenida Interacción cuantificable, retención de audiencia

Mi reto personal es no dejar que la validación numérica de la pantalla opaque la magia efímera y humana de la conexión en vivo. Lo que realmente me importa es esa chispa que se enciende en el teatro, esa que no se puede medir con un algoritmo.

La Tecnología como Espejo: ¿Aliada o Distracción para el Artista?

Estamos viviendo una era fascinante donde la línea entre lo real y lo virtual se desdibuja, y el arte escénico no es ajeno a esto. Siempre me ha intrigado cómo la tecnología, que a priori parece alejar la experiencia humana al reducirla a datos, podría en realidad enriquecerla si se usa con sabiduría.

Por ejemplo, ver a jóvenes dramaturgos utilizar proyecciones interactivas o realidad aumentada para crear escenografías que desafían la imaginación es algo que me llena de esperanza.

Pero, a la vez, siento una punzada de preocupación. ¿Hasta qué punto la métrica digital, el análisis de datos de audiencia, los algoritmos predictivos, pueden empezar a influir en la esencia misma de cómo creamos arte?

Mi experiencia me ha demostrado que la intuición, esa voz interna que te dice “esto funciona” o “esto no”, es insustituible. Si bien la tecnología puede ofrecer datos valiosos sobre las preferencias generales de los espectadores, ¿puede realmente captar la sutileza de una emoción, el matiz de una actuación que conecta profundamente con una sola persona en la última fila?

Creo que el desafío es aprender a usar estas herramientas como un espejo que nos ofrece una nueva perspectiva, sin permitir que se conviertan en un corsé que limite nuestra creatividad o nuestra autenticidad como seres humanos.

1. Datos y Emoción: Encontrando el Equilibrio

En el mundo del marketing digital, se habla mucho de la “experiencia de usuario” y de optimizar cada interacción. En el teatro, la “experiencia del espectador” es igualmente crucial, pero su esencia es mucho más orgánica e impredecible.

¿Podría la inteligencia artificial, por ejemplo, analizar patrones de reacciones en funciones grabadas y predecir qué escenas generarán más aplausos o lágrimas?

Quizás. Pero yo mismo he comprobado que la magia de una noche es la suma de incontables variables humanas. Recuerdo una función donde una actriz joven improvisó una línea que no estaba en el guion, un pequeño desvío, y la risa que provocó fue contagiosa y liberadora.

Esa espontaneidad, esa chispa del momento, es imposible de predecir o replicar con datos. Mi miedo es que, al buscar la perfección algorítmica, perdamos la imperfección hermosa que hace que el arte sea tan vibrante y tan humano.

Es vital encontrar un equilibrio donde los datos sean una herramienta de apoyo, no el director de la orquesta.

2. La Autenticidad Humana frente a la Eficiencia Algorítmica

La gran pregunta que me hago a menudo es si podemos mantener la autenticidad en un mundo cada vez más optimizado por algoritmos. ¿Un actor debería ajustar su actuación basándose en un análisis de “sentimiento” de redes sociales?

Mi respuesta, basada en años de experiencia sobre las tablas, es un rotundo no. Si bien es útil saber qué temas resuenan con el público, la verdad de la interpretación nace de un lugar mucho más profundo, de la empatía, de la propia vulnerabilidad del actor.

Una vez, un director me aconsejó que nunca intentara “gustar” al público, sino “ser” el personaje con toda su verdad, sin filtros. Y esa ha sido mi máxima.

La eficiencia algorítmica busca patrones y predice respuestas; la autenticidad humana, en cambio, sorprende, conmueve y a veces, incluso, desafía las expectativas.

Es en esa fricción, en esa imprevisibilidad, donde reside el verdadero poder transformador del arte. Mantenerse fiel a esa verdad es, para mí, el mayor acto de rebeldía y de amor por mi profesión.

El Verdadero Poder de la Conexión Humana en Vivo

A pesar de la creciente digitalización de nuestras vidas y de las innumerables formas en que la tecnología nos conecta, o al menos nos hace sentir conectados, mi corazón de actor siempre regresa al inigualable poder de la conexión humana en vivo.

No hay pantalla, por grande o de alta definición que sea, que pueda replicar la vibración de una sala llena, el murmullo colectivo, el aroma de las tablas, o el simple hecho de compartir el mismo espacio y tiempo con cientos de personas, respirando el mismo aire, viviendo la misma historia.

He tenido la fortuna de actuar en teatros íntimos donde casi podías tocar al público, y en grandes coliseos donde las últimas filas parecían estrellas lejanas, pero en ambos casos, esa energía compartida era eléctrica.

Es un fenómeno que trasciende la vista y el oído; es algo que se siente en las entrañas, una resonancia que te recorre la espina dorsal. Es ese intercambio energético no verbal el que convierte una obra de teatro en una experiencia casi ritual, donde la comunidad se forma en el acto mismo de presenciar algo juntos, algo que es irrepetible e irreproducible.

Es un vínculo primitivo, pero extraordinariamente poderoso, que nos recuerda nuestra humanidad compartida.

1. La Irrepetibilidad de Cada Función

Lo que hace al teatro tan mágico es su carácter efímero y su irrepetibilidad. Cada función es única. No importa cuántas veces hayas ensayado, no importa cuántas veces hayas interpretado el mismo papel, la energía del público de esa noche, tu propio estado anímico, incluso la temperatura de la sala, crean una alquimia diferente.

Mi experiencia me ha enseñado a abrazar esa cualidad única de cada presentación. Hubo una vez en la que un pequeño error técnico en el escenario, algo casi imperceptible, desató una risa nerviosa en la audiencia.

Lejos de desestabilizarme, decidí incorporarlo sutilmente en mi actuación, una pequeña mirada cómplice, y esa reacción se convirtió en un momento de conexión inesperado.

Eso es algo que nunca podría ocurrir en una película o en una serie pregrabada. Es la belleza de lo vivo, de lo imperfecto, de lo que surge de la interacción espontánea.

Es saber que, en ese preciso instante, esa conjunción de personas y energías nunca más se repetirá exactamente igual, y eso lo hace inmensamente valioso.

2. El Compromiso Mutuo: Actor y Espectador

La conexión en vivo es un contrato no escrito, un compromiso mutuo. Nosotros, los actores, nos comprometemos a entregarnos por completo, a ser vulnerables, a contar una historia con toda nuestra alma.

Y el público, a su vez, se compromete a escuchar, a abrirse, a permitirse sentir. Es una calle de doble sentido. Cuando percibo que la audiencia está realmente con nosotros, que está invirtiendo su atención y sus emociones en la obra, mi propio compromiso se profundiza.

Es un acto de confianza recíproca. He tenido la suerte de experimentar noches donde la conexión era tan profunda que, al final de la obra, el aplauso no era solo un gesto de agradecimiento, sino un eco de la emoción compartida, un reconocimiento de esa burbuja mágica que creamos juntos.

Para mí, esa es la verdadera esencia del arte: un diálogo sin palabras, una entrega sin reservas, una conexión que alimenta tanto al intérprete como al espectador.

Es por eso que, a pesar de las maravillas de la tecnología, el escenario siempre será mi verdadero hogar.

Al Final del Telón

Mi viaje por el teatro me ha enseñado que, más allá de la técnica y el talento, lo que verdaderamente perdura es la conexión. Esa chispa invisible que salta entre el escenario y la butaca, que transforma un texto en una vivencia colectiva, es el corazón palpitante de nuestra profesión. En un mundo que a menudo prioriza la velocidad y la cantidad, el teatro nos invita a detenernos, a sentir juntos, a recordar la magia de lo irrepetible. Es un compromiso mutuo, una danza de almas que, noche tras noche, confirma el inmenso poder del encuentro humano.

Información Útil para el Amante del Teatro

1. Observa Más Allá de la Escena: Como espectador, intenta percibir no solo lo que se dice, sino cómo lo dicen los actores: sus miradas, gestos, pausas. Esto enriquece enormemente la experiencia y te ayudará a conectar a un nivel más profundo.

2. Busca la Autenticidad Local: Explora los pequeños teatros de barrio y las compañías emergentes. A menudo, ofrecen propuestas frescas y una conexión más íntima y experimental con el arte, lejos de las grandes producciones comerciales.

3. Desconecta Digitalmente: Para sumergirte plenamente en la magia teatral, silencia tu móvil y evita la tentación de grabar o consultar redes. Permítete estar presente y absorber cada instante sin distracciones.

4. Participa con tu Energía: Tu silencio, tus risas y tus aplausos son parte esencial de la función. El público no es un mero observador; es un co-creador de la atmósfera y la energía que se genera en el escenario.

5. Atrévete a la Reflexión Post-Función: Después de la obra, tómate un momento para procesar lo que sentiste. Compartir impresiones con amigos o simplemente reflexionar te ayudará a integrar la experiencia y a descubrir nuevos matices en la propuesta artística.

Puntos Clave a Recordar

La esencia del teatro radica en la conexión humana en vivo, que es irrepetible y se nutre de la intuición del actor y la respuesta genuina del público. La experiencia personal, la observación del lenguaje no verbal y la adaptación constante son fundamentales. Aunque la tecnología puede ofrecer datos, la autenticidad y la espontaneidad humanas son insustituibles y definen la verdadera magia del arte escénico.

Preguntas Frecuentes (FAQ) 📖

P: Con la aparición de las redes sociales y las plataformas de streaming, mencionas que la reacción del público se amplifica y se analiza en tiempo real. Como actor, ¿cómo has sentido personalmente que esta inmediatez ha cambiado tu relación y percepción con la audiencia?

R: Ay, es como si cada función tuviera ahora un espejo gigante, siempre encendido. Antes, la reacción era esa energía palpable en la sala, el aplauso final, quizás alguna crítica al día siguiente en el periódico.
Ahora, es instantáneo. Una frase mal dicha, un gesto dudoso, y ya está en Twitter o en un comentario de YouTube antes de que hayas salido del camerino.
Es abrumador a veces, ¿sabes? Te sientes más expuesto, como si el público estuviera sentado en tu hombro, analizando cada milisegundo. Pero también te obliga a estar increíblemente presente, a saber que el diálogo con la gente continúa mucho después de que baja el telón.
Lo vivo como una presión, sí, pero también como una oportunidad única para entender en profundidad lo que realmente resuena con la gente, aunque duela.

P: Tu inquietud sobre si la inteligencia artificial podría alejarnos de la intuición humana es palpable. ¿Cuál es la raíz de esa preocupación, y cómo crees que una dependencia excesiva en los datos predichos por la IA podría impactar la esencia creativa y espontánea de una actuación en vivo?

R: Mi mayor temor, si te soy sincero, es que la IA nos haga perder esa chispa, esa capacidad de ‘leer’ al público en el momento, sin algoritmos de por medio.
Como actor, gran parte de mi trabajo es sentir, ¿no? Es esa intuición la que me dice si una pausa es demasiado larga, si necesito mirar a un sector específico de la platea, si la emoción está llegando o si necesito un poco más de energía.
Es ese “algo” que no se puede cuantificar. Si una máquina empieza a decirme qué va a gustar o qué no, ¿dónde queda el riesgo? ¿Dónde queda esa magia impredecible de una noche de estreno donde todo fluye por pura conexión humana, casi telepática?
Me asusta la idea de que la creatividad se convierta en una fórmula, de que esa “danza invisible” que menciono se racionalice hasta perder su alma.

P: A pesar de la evolución tecnológica y sus desafíos, esa “conexión mágica” con el espectador sigue siendo la esencia de vuestra profesión. ¿Cómo te preparas y adaptas para mantener esa conexión auténtica en la era digital, y qué papel juega la experiencia acumulada en este proceso?

R: Creo que la clave está en aferrarnos más que nunca a lo genuino. Por muchas pantallas y algoritmos que haya, la gente sigue buscando la verdad en el escenario, la emoción que te atraviesa y que solo ocurre en vivo.
Para mí, significa volver a las bases: escuchar de verdad, ser vulnerable, arriesgarme en cada función como si fuera la última. Y sí, uso las herramientas digitales para amplificar mi mensaje, para acercarme a quien no puede ir al teatro, para ver lo que se dice de mi trabajo, pero nunca para reemplazar esa conexión primigenia que ocurre cuando las luces se apagan y solo existimos el público y yo.
Mi experiencia me ha enseñado que el teatro es un acto de fe, un ritual compartido. Y ninguna IA, por muy avanzada que sea, puede replicar el sudor en tu frente, la respiración del público o ese silencio cargado de significado.
Nuestra esencia es humana, y ahí es donde reside nuestra fuerza, hoy y siempre.